El miércoles 18 de noviembre la poeta, traductora, ensayista y crítica uruguaya Ida Vitale (Montevideo, 2 de noviembre de 1923) recibió en Madrid el XXIV Premio Reina Sofía de Poesía de manos de la propia Reina emérita. El galardón, dotado con 42.100 euros y la publicación de una antología con sus mejores textos, presentada el mismo día bajo el título "Todo de pronto es nada", es un reconocimiento a la obra y la trayectoria de la creadora; fue obtenido en anteriores oportunidades por Mario Benedetti, Nicanor Parra, Juan Gelman, Ernesto Cardenal y José Manuel Caballero Bonald, entre otros.
Foto de Notimex a través del Min. de RREE
La prensa española señaló que la obra de Vitale está caracterizada por su "rigor extremo con el lenguaje, su experimentación formal, la mirada profunda a la realidad aunque sea una poeta introspectiva, su mirada llena de curiosidad, casi inquisitiva". Fue nombrada Doctora Honoris causa por la Universidad de la República en 2010.
Algunos de los títulos más recordados de su extensa bibliografía son: Palabra dada, Cada uno en su noche, Jardines imaginarios y Reducción del infinito, además de sus trabajos ensayísticos sobre la poesía de Antonio Machado, Juana de Ibarbourou, Cecilia Meireles y Vicente Basso Maglio entre otros.
Integrante de la llamada "Generación del ´45" junto al mencionado Benedetti, Amanda Berenguer, Idea Vilariño, Carlos Martínez Moreno, Carlos Maggi y Ángel Rama (quien fuera su primer esposo), Vitale dirigió la página literaria del diario Época entre 1962 y 1964, fue codirectora de la revista Clinamen e integró la dirección de la revista Maldoror. Tras el golpe de Estado de 1973 se exilió a México en 1974 donde Octavio Paz la integró al equipo de la revista Vuelta. En ese país ejerció la docencia y también la crítica literaria en múltiples publicaciones de todo el continente. Desde 1990 reside junto a su esposo Enrique Fierro en Austin, Texas, en cuya Universidad ambos imparten clases.
Museo de la palabra, datos biográficos y audios de algunos de sus poemas.
Noticia en TNU
De un fulgor a otro
Quizás no se deba ir más lejos.
Aventurarse quizás apenas sea
desventurarse más,
alejarse un atroz infinito
del sueño al que accedemos
para irisar la vida,
como el juego de luces que encendía,
en la infancia,
el prisma de cristal,
el lago de tristeza, ciertas islas.
Sí, entre biseles citados los colores,
un fulgor anidaba sobre otro
-seda y deslumbramiento
el margen del espejo-
y aquello también era un espectro,
sabido, exacto. Centelleos ajenos
en un mundo apagado.
Como un canto sin un cuerpo visible,
un reflejo del sol creaba
una cascada un río una floresta
entre paredes áridas.
Sí, no vayamos más lejos,
quedemos junto al pájaro humilde
que tiene nido entre la buganvilia
y de cerca vigila.
Más allá sé que empieza lo sórdido,
la codicia, el estrago.